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CHRONIQUES TANGEROISES
CRONICAS TANGERINAS

ABDELKADER

Por Maurice Bendelac (Picho)- 05/99 

 (Publicado en Malabata n°1)

Chile 1962. Campeonato Mundial de Fútbol . En la final, el equipo de Brasil, con Gilmar, Djalma Santos, Garrincha y los demás, derrota a Checoslovaquia por tres a uno. Por aquel entonces, en otro hemisferio. concretamente en la calle Hasnona de Tánger, León, Azouz, Marqui, Meso, Mohamed, Sali, Guillermo y los demás disputan otro encuentro, sin copa Jules Rimet de por medio. Qué duda cabe que la calle Hasnona no podía de ningún modo soportar la comparación con, pongamos por caso, Maracana pero de hecho no era más que una cuestion de proporciones. A duras penas el largo de la calle Hasnona superaba los diez metros pero en cuanto al ancho, Maracana se quedaba pero que muy corto. Recuerden, los saques de banda se efectuaban o bien desde la Cuesta del Marshán o bien desde la Calle Alejandría. Consecuencia de ello, a la salida de un corner, tenía lugar un auténtico partidillo dentro del propio partido, y rara vez los porteros se veían sorprendidos por un saque de esquina botado con efecto.

En cuanto a las porterías, el Gol Sur correspondía a la verja de entrada de la casa de Cohen Botbol y el Gol Norte estaba situado en la entrada del garaje de los Agoumi, y todo hay que decirlo, Norte y Sur no quedaban lo que se dice diametralmente opuestos sino levemente en diagonal. Los porteros tenían por tanto la obligación de sacar hacia los extremos y nunca "de frente". Pero todas estas peculiaridades derivadas de las dimensiones de la calle Hasnona no impedían las genialidades de un Sali y los regates de un Guillermo que tocaban la pelota, ¡ y qué pelota ! como pocos lo han hecho desde entonces.

Allí, justamente, en la pelota estribaba la cuadratura del círculo. No era fácil conseguir una "bufa", la cámara interior, que coincidiera con un "cuiro" y cuando se conseguía acoplar a ambos, ya de vuelta de Dradeb o de la Calle Italia porque bien se tenía que inflar la dichosa pelota, siempre había alguna "protuberancia" que hacía aún más difícil el control del "esférico". Y bueno, ¿para qué hablar del pitorro de la "bufa" que nunca se conseguía comprimir lo suficiente y de los cordeles que lo comprimían? Un cabezazo con aquello era eso, un auténtico testarazo del que te quedaba la señal durante un par de días. Pero bueno, ni la FIFA ni sus secuaces jamás intervinieron en el asunto, hubiera sido ponerle vallas al campo, y eso nosotros jamás lo hubiéramos permitido. El paso de un coche por la línea mediana del campo tampoco suponía problema alguno, claro que no todos teníamos la misma facilidad de regate y en el peor de los casos, el "intruso" constituía un adversario más que driblar. Tampoco la hora de la merienda era motivo para interrumpir el partido ya que el reglamento en vigor en aquel entonces permitía al jugador "sustentarse durante el transcurso del encuentro" o "cuando lo mandara su madre".

Sólo en una ocasión podía verse interrumpido, momentáneamente, el partido y era cuando pasaba el Teraj con su preciosa carga en la cabeza. Conviene tal vez recordar que el Teraj era aquel chico que llevaba el pan y demás viandas, entre ellas la preciada Sjina , al horno comunal, con la característica de que lo llevaba todo sobre una tabla de grandes proporciones perfectamente centrada en la cabeza. No vayan a pensar que en el caso que nos ocupa hablo de cualquier Teraj. Por lo general, se trataba de un chico joven que pasaba por las casas y se anunciaba con un grito particular "YéééééééU"para saber si el ama de casa tenía algo que llevar al horno.

El de la calle Hasnona no era un Teraj cualquiera, era un hombre ya mayorcito, con experiencia y una cartera de pedidos envidiable pero lo que lo convertía en un Teraj sin igual, era que padecía una deformidad, a primera vista totalmente incompatible con su cometido. Si la memoria no me falla, se llamaba y espero que siga llamándose, Abdelkáder. Abdelkáder sufría una cojera que más que andar con dificultad le hacía brincar pero siempre con ligereza. Y a menudo se le veía correr, siempre brincando, dándose impulsos con su pie bueno y elevándose en el aire para rebotar una y otra vez. Ahora que lo pienso, tal vez me equivoco, pero creo que pie bueno, lo que se llama bueno, no tenía ninguno. De cualquier manera, jamás se supo que su tara física le impidiera cumplir con sus obligaciones que realizaba a la perfección y a satisfacción de todos. Jamás se supo de percance alguno que le hubiera resultado fatal a la Sjina o la Oriza de los Bentes o de los Laredo. Nunca jamás nadie se quejó de que le faltara una patata ni siquiera un garbanzo.

Pues bien, cuando uno de nosotros avistaba a Abdelkáder por una esquina u otra del campo, daba un grito y el partido quedaba inmediatamente interrumpido para dejar pasar a aquel genio que desafiaba todas las reglas de la gravedad con su valiosa carga en todo lo alto. Y cuando regresaba de hacer alguna entrega no era raro que Abdelkáder se tomara un respiro y una vez depositada la tabla, solicitara de nosotros la posibilidad de realizar un par de chutes. Y ahí no para la cosa pues las características físicas de la pierna derecha de Abdelkáder habían convertido su pie en un enorme empeine y las voleas que te largaba, hubieran hecho palidecer de envidia al mismísimo Puskas y ni Yachín en su mejor día habría conseguido detener semejante zambombazo.

Y aquel era el momento en que a Abdelkáder, cuyo semblante era de costumbre más bien serio, se le escapaba una sonrisa; entonces el buen hombre recogía satisfecho su tabla, se la encasquetaba en un santiamén y se alejaba dando brincos…. yo creo que de alegría.


El partido podía reanudarse.

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