|
CHRONIQUES TANGEROISES
CRONICAS TANGERINAS
ANTONIO FUENTES: UN RECUERDO DE TANGER
|
||||||||
Me estoy refiriendo al Zoco Chico de Tánger. Y se pregunta uno, ¿ qué tenía el Zoco Chico de Tánger
para despertar el interés que le dedicaron tan importantes artistas y
escritores ?. Estas plazuelas nacen, o mejor, se hacen a sí solas, por
la confluencia de varias callejuelas. Y así le sucedió al Zoco Chico de
Tánger. En el Zoco Chico, en tan reducido espacio, se repitió
día tras día y noche tras noche, a lo largo de siglo y medio, con texto
y actores siempre improvisados, siempre renovados, pero con igual
contenido y significado, una representación tan insólita como única,
ante unos espectadores que, a través del tiempo se fueron renovando e,
incluso, algunos, nos dejaron el testimonio de su particular
encantamiento. No todo el mundo pudo percibir en el ir y el venir de
Zoco Chico, en sus encuentros y desencuentros, esa muy particular "
representación " cuyo significado no era otro que la última expresión,
el resumen, la esencia, de lo que Tánger era, de lo que Tánger fue: la
fusión sin confusión de razas, culturas, religiones, lenguas,
comportamientos, costumbres. Una fusión milagrosamente convertida en
realidad cotidiana, en realidad vivida. Y percibir esta realidad
cotidiana, esta realidad vivida, en el " espectáculo " que ofrecía
gratis el Zoco Chico sólo le fue dado contemplar a algunos
privilegiados: a Camille Saint - Saëns en el inicio de su " Danza
Macabra ", una sinfonía alegre y festiva, aún sin contaminar, aunque
presintiendo que habría de ser devorada por los atronadores ruidos del
materialismo, o en el encuentro de figuras míticas de la cultura
occidental, todos en paz y armonía, tomándose un té verde en el "
Camino Real " de Tennesse Williams, pieza luego cambiada de
localización por arte y desastre del director de escena Elia Kazan.
Sigo confiando en que el original de esta obra, tal como fue concebida
y escrita, salga un día a la luz.
Y así como Tennesse Williams presenció el espectáculo
del Zoco Chico desde la pequeña terraza del café - bar " Tingis ", a la
que él llamaba " mi pequeño palco privado " - lo solía decir en francés
: " ma petite loge privée " - Camille Saint - Saëns empezó a componer
su conocida sinfonía desde la terraza del Hotel Fuentes, que era, ése
sí, un palco privilegiado. Y aunque parezca que me alejo del tema que motiva este
texto, el pintor Antonio Fuentes, luego se comprobará que este
alejamiento está más que justificado. O, al menos, así lo creo. No hace mucho leí en una biografía de Saint - Saëns, que
" monsieur Camille " conoció al compositor español Jaoquín Valverde en
el mismísimo Hotel Fuentes, del que éste era un asiduo cliente,
hospedándose siempre en la habitación número cuatro, desde la que decía
oir el latir de la ciudad. Y fue Joaquín Valverde el " mágico
colaborador " de Federico Chueca en " pequeñas obras maestras " como "
La Gran Vía ", obra sobre la que Nieztche dejaría escrito que era tan "
genial como imposible de clasificar ", quien le haría oir a Saint -
Saëns, en el piano del Hotel Fuentes, una selección de los principales
temas de " El Año Pasado por Agua ", compuesta por el propio Valverde
en colaboración, como otras veces, con el personalísimo Chueca. Y tan
entusiasmado quedó el compositor francés que, al año siguiente, se
estrenaba en París y media Francia cantó:
" Faites moi le plaisir
madame, d'écouter seulement deux paroles " El hijo de Joaquín Valverde, conocido y reconocido como
" Quinito " Valverde, " personaje " al que distinguidos musicólogos han
llegado a confundir con su padre, fue un prematuro compositor que
siendo muy joven aún, compuso canciones que, de inmediato, adquirieron
una enorme popularidad, como " El Polichinela ", que le estrenaría La
Fornarina o " El Pai - Pai ", que le estrenaría una no menos joven Lola
Membrives quien, con el tiempo, se habría de convertir en esa enorme
actriz que supo aunar el teatro en español de ambas orillas del
Atlántico. Pero el siempre brillante y alegre Quinito Valverde
también compuso canciones de altura musical como " Clavelitos " que
diera a conocer a los cuatro vientos la gran mezzo-soprano española
Conchita Supervía, ídolo del " Covent Garden " de Londres. Quinito Valverde al igual que su padre también triunfó
en París, regalándole a su paisana, Carolina Otero, mundialmente
conocida como " La Bella Otero ", nada menos que " La Machicha ", la
canción - paradigma de la " Belle Epoque " parisina, canción que en su
versión original en español rezaba así: " Tengo dos lunares,
el uno junto a la boca y el otro donde tú sabes " Y anticipemos que el hijo de Joaquín Valverde no fue
ajeno al hijo pintor de Antonio Fuentes, el propietario del Hotel
Fuentes, como en su momento se comprobará. Al parecer Truman Capote dijo una vez - y Jane Bowles lo
repitió mil veces - que ante el Acrópolis de Atenas, algunos se sienten
en " estado de sabiduría", ante San Pedro de Roma, algunos deberían
sentirse en " estado de gracia ", pero que ante el Zoco Chico de
Tánger, todos se sentían en " estado de libertad ". El Hotel Fuentes - o mejor: la familia Fuentes - era el
punto de unión más concreto y preciso entre España y Tánger; y al decir
de muchos y entre los muchos me incluyo, de manera mucho más directa y
eficaz que nuestras autoridades diplomáticas con excepciones que, pos
supuesto, las hubo. Y a modo de ejemplo, dos celebraciones que tuvieron
lugar en el Hotel Fuentes, y a las que de haber prestado más atención
los gobiernos españoles de entonces, nuestra realidad histórica hubiese
despertado, al menos un poco, de su letargo secular. Me estoy
refiriendo al reconocimiento racial y cultural de que, en su mayoría,
dieron siempre pruebas más que palpables los judíos sefarditas
españoles. Dos españoles ilustres, el uno de nuestra historia
política y el otro de nuestra literatura, merecieron el emocionado
homenaje de la colonia hebreo - sefardí de Tánger: Emilio Castelar y
Benito Pérez - Galdós. Y ello sucedió - sucedía siempre - en el Hotel
Fuentes. Un año después del homenaje a Galdós, don Antonio y doña
Ana Contreras habrían de tener un nuevo hijo, con prematura vocación de
pintor y que, con el tiempo, habría de vivir la bohemia artístico -
literaria de París, en unos años tan míticos como irrepetibles. Nace así Antonio Fuentes, que se llamó como su padre y
que fue una persona singular hasta extremos de muy difícil comprensión.
Dijérase que llegaba al absurdo forzando su implacable lucidez. Sus
opiniones de inmediato se nos aparecían como un contrasentido, pero una
vez repensadas comprobábamos que obedecían a una lucidez muy suya. Algo
similar a la imagen que Cervantes nos da del " loco cuerdo ". En
Antonio Fuentes su esfuerzo de cordura resultaba evidente. Eso sí: un
esfuerzo de cordura para evitar cualquier asomo de locura. Durante años creí que Antonio Fuentes era,
cronológicamente hablando, el primer pintor español nacido en Tánger,
hasta que descubrí que el dibujante - ilustrador - excelente ilustrador
- de nuestra triste guerra civil, en el bando franquista, Carlos Sáenz
de Tejada, nació en Tánger en 1897, donde su padre estaba entonces en
misión diplomática. Y, tras Antonio Fuentes, el otro gran pintor nacido
en Tánger es José Hernández. Antonio Fuentes vivió en un mundo no ajeno al arte y,
concretamente, a la pintura. Su familia era muy amiga de la del
extraordinario acualerista catalán Josep Tapiró, que llegó a Tánger
invitado por Mariano Fortuny y en esta ciudad se quedó a vivir. A la madre de Antonio Fuentes , doña Ana, la recuerdo
vagamente, ya de mayor, como a una señorona andaluza, siempre muy
erguida, muy solemne, de andares seguros, aunque sostenida por un
bastón de ébano con empuñadura de plata y con vistosos sombreros de
exquisito gusto francés, de seguro salidos del taller de madame
Boissonet, famosa sombrerera parisina que hubo de refugiarse en Tánger
tras un escándaolo que puso en peligro al mismísimo Presidente de la
República Francesa. Madame Boissonet fue la segunda madre y la
profesora de Mariquita Molina, que habría de heredar la sombrerería y
cuyo único hijo fue el insólita novelista tangerino Angel Vázquez,
autor de una obra impar : " La Vida Perra de Juanita Narboni ". Antonio Fuentes veneraba a su madre, y al enterarse de
que iba a asistir al entierro de Josep Tapiró, que era íntima amiga de
su mujer que, si mal no recuerdo , pertenecía a una notable familia de
liberales españoles que al adquirir la protección inglesa cambiaron de
apellido; el de la peña de convirtió en Lepen ( léase en inglés: Lepin
), y dado que el niño Antonio Fuentes, entonces de 8 años, se había
empeñado en acompañar a su madre a aquel entierro, doña Ana accedió,
pues sabía del entusiasmo que despertaba en su hijo las obras del
genial acuarelista catalán. A través de Josep Tapiró se despierta la
vocación de pintor en Antonio Fuentes, hasta que, años más tarde,
descubre en una Enciclopedia de Pintura a Rembrandt, en particular a
través de su cuadro " El buey Desollado ". El propio Antonio Fuentes se
decía estar de acuerdo con quienes creían ver en el expresionismo
siempre latente en toda su obra, la huella de su primer encuentro con "
El Buey Desollado ", de Rembrandt, cuya reproducción en forma de
postal, casi a la manera de una imagen religiosa, habría de acompañarle
a lo largo de toda su vida.
Desde su llega da a París, al Montaprnasse de 1929,
donde vive como mandaban los cáñones de entonces una auténtica bohemia,
y donde, según el propio Antonio Fuentes " me pasaba las horas vivas en
La Grande Chaumière o conociendo a personaje y medio por día ".
Curiosamente no intima con otros pintores españoles. " Estaban en su
mayoría - son también palabras de Antonio Fuentes - obsesionados con
Picasso, pero lo que en Picasso era puro instinto adivinatorio, mis
paisanos lo reconvertían en álgebra mental ". Esto explica sus
acaloradas discusiones con Francisco Bores - Y añade Antonio Fuentes,
no sin ironía: " Estaba tan embebido del espíritu del Zoco Chico de
Tánger, de mi convivir a diario con árabes y judíos, que los dos únicos
pintores con los que intimé eran los dos judíos, uno polaco y el otro
lituano: Moïse Kisling y Chaïm Soutine ". Cosa nada de extrañar, pues
ambos, cada uno a su manera eran " nietos " de Rembrandt, y sobre todo,
en ambos latía una inquietud expresionista muy similar a la del
entonces joven Antonio Fuentes. Tampoco debemos olvidar que en Tánger conoce a Oskar
Kokotschka, con el que tiene más de un punto en común, sobre todo es
sus escenas tangerinas. Antonio Fuentes nos confesaba que un día decidió superar
su natural timidez y fue a visitar en su apartamento parisino a un
señor grueso y solterón al que el " tout Paris " de entonces conocía
como " monsieur Quinito Valverde " … pronunciado, eso sí, con profundo
acento francés. Naturalmente Quinito sabía de la amistad de su padre con
la familia Fuentes de Tánger, y fue él quién le presentó a la hija de
unos muy amigos suyos, Rosa Castelucho, directora y propietaria de una
sala de exposiciones que llevaba su nombre: " Galerie d'Art Castelucho
". Galería en la que habría de celebrarse la primera exposición
individual de Antonio Fuentes. Siempre he pensado - y perdonen la
indiscreción - que Antonio Fuentes no dejó nunca de estar enamorado de
" Rosita " Castelucho. Y fue en la sala de exposiciones de Rosa
Castelucho donde Antonio Fuentes conoció a Picasso. Sobre este
encuentro he leído un texto tan autobiográfico como conmovedor de
Antonio Fuentes, que, al igual de otros escritos suyos, permanecen
todos inéditos. Existe un período en la obra pictórica de Antonio
Fuentes por el que siempre sentí una muy particular predilección, un
período que él mismo llamaba de los " camareros del Zoco Chico ", donde
, de un abigarrado y oscuro mundo de formas en movimiento, emergían
unos incólumes camareros de blanco con nudos de corbata de pajarita,
unas en negro y otras en rojo. El gran hispanista francés Pierre
Gassier, notable erudito en Goya, también compartía conmigo esta
admiración por el período de los " camareros del Zoco Chico " y fue por
ello que habló de Antonio Fuentes como del " Toulouse-Lautrec de Tánger
". Pero Antonio Fuentes, siempre encerrado en sí mismo, no
compartía nuestra admiración por este período de su pintura, y tan fue
así que tanto Gassier como yo llegamos a sospechar que en algún momento
de crisis llegó a destruir las obras de este período. Tiempo después me
confesó que este período le recordaba los años que para sobrevivir
hacía caricaturas por las terrazas de los cafés de París o Roma. Y fue
así como nació su amistad con la genial bailarina Antonia Mercé, " La
Argentina ", en París, y que tuvo lugar su simpático encuentro con el
rey D. Alfonso XIII, en Roma, donde tras hacerle una caricatura a don
Alfonso, éste escribió de su puño y letra, debajo de su caricatura: "
Sí Señor, soy así por la gracia y desgracia de Dios ". Hay que tener en cuenta que hasta en sus momentos más
difíciles se negaba a vender sus cuadros. Era Antonio Fuentes un hombre
lleno de manías profundamente arraigadas en él, a su personalidad.
Había días, muchos días, en los que se negaba a abrir la puerta de su
estudio. Y así perdió - quienes le conocimos fuimos testigos de ello -
encuentros y ventas que le hubiesen abierto muchas puertas; pero él se
definía a sí mismo como : " hombre de puertas cerradas ".
Quien no visitó su estudio vivienda en la medina de
Tánger no puede hacerse una idea por lejana que ésta sea , del ambiente
caótico - surreal en el que, durante años, se mantuvo oculto Antonio
Fuentes . El estudio de Antonio Fuentes donde vivió escondido -
sí, escondido - hasta la avanzada edad de noventa años, estaba ubicado
como ya creo haber dicho, en la antigua medina de Tánger, concretamente
en la plazuela de los Aissauas, frente a la Mezquita Nueva, a la que
durante largas décadas le hizo siempre compañía una milagrosa palmera
gigante que, en uno de esos días de viento de levante, su muy largo y
esbelto tronco se quebró, y la palmera fue enterrada casi
religiosamente en el viejo cementerio árabe cercano a la Mendubía. Sin duda alguna uno de los períodos pictóricos más
personales y sugerentes de Antonio Fuentes fue el llamado de " Las
Catedrales ". En estas catedrales se nos aparecen fundidas toda una
misteriosa y secular simbología, donde lo judío, lo católico y lo
árabe, parecen emerger de una misma y única ceremonia religiosa. Las
más bellas piezas de este período se las repartieron por partes iguales
- fui testigo de ello - Barbara Hutton y la Princesa de Ruspoli, Marthe
Chambrun. En su último período creativo se dejó tentar por la
llemémosle " abstracción ", período que mantuvo secreto hasta el final
de sus dís y en que se deja sentir la influencia del pinot mallorquín,
de Sóller, Juli Ramis, que vivió en Tánger años decisivos en la
evolución de su muy refinada pintura y que para algunos historiadores y
críticos del arte español contemporáneo - afortunadamente no todos -
sigue vergonzosamente olvidado. Al decir del propio Picasso, " el benjamín ", así
llamaba don Pablo a Juli Ramis, fue uno de los más indiscutibles
precursores de la no figuración en España. La amistad entre Juli Ramis y Antonio Fuentes fue de lo
más peculiar. Difícil me resulta destacar cuál de los dos era el de
carácter más difícil. Podían pasar largas horas juntos sin apenas
dirigirse la palabra. Compartían, eso sí, modelos difíciles de
conseguir, de muchachas marroquíes, aún adolescentes, que hubiese
envidiado el propio Gauguin. Una vez finalizado el tiempo pactado, la
modelo se envolvía en su jaique, y se marchaba subrepticiamente, sin
hacer el menor ruido, y era entonces cuando ambos pintores observaban
sus obras, unas obras que resultaban siempre, no ya diferentes, sino
diametralmente opuestas. Mientras Ramis con un duro lápiz conseguía
unos refinados entornos, casi de pintura japonesa, Fuentes, con un
suave pincel, conseguía todo lo contrario, unos entornos violentos,
casi hirientes. Y, tras observar los resultados, destruían las obras.
Eran tan solo, decían, para mantener seguro el pulso del pintor. Pienso - lo he pensado muchas veces - que aún no existe
una historia global, totalizadora, de la pintura española del siglo XX.
Y quien dice pintura, dice también otras ramas del arte, de la
literatura, de la investigación, de la ciencia. Muchas siguen siendo
las causas. Aunque uno sigue pensando que la herida de las dos Españas
aún no ha cicatrizado del todo, que muchas de sus consecuencias siguen
abiertas: exilios interiores, olvidos tanto voluntarios como
involuntarios, vidas rehechas en los más recónditos lugares del mundo… Es más: si los olvidos ya existen dentro de la propia
España referidos a ciudades que no sean Madrid o Barcelona, cómo no van
a existir referidos a mundos tan anchos como ajenos a ése que , dicen,
es el nuestro. Sirvan pues estas líneas para sumas otro nombre a esos "
olvidos de España " de los que ya hablaba Jovellanos. En el caso que nos ocupa es para añadir el nombre de un
pintor español, aunque a muchos españoles aún no les suene: el nombre
de Antonio Fuentes. Galería Estudio Fuentes |
||||||||
Reproduction interdite sans l'autorisation de l'administrateur / Reproduccion prohibida sin permiso del administrador |