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CHRONIQUES TANGEROISES
CRONICAS TANGERINAS

"HÁBLAME DE TANGER, PADRE"

(Por Germán Gumpert - 06/2002)

Unos años antes de la muerte de mi padre, viviendo ya en Marbella, solía tomar en Navidad unos días de asueto, pocos diría yo, desplazándome a Tánger con mi familia.
Cuando estábamos solos, mi padre y yo, en el salón de la que fue mi casa, sobre aquella alfombra moruna, espesa de lana prieta que apenas dejaba arrastrar las sillas, pero que mantenía caliente a mi padre en el invierno y en su vejez, iniciábamos las más íntimas y apreciadas conversaciones.

A sus pies, el pequeño calentador de gas, compañero inseparable en los últimos inviernos de su vida, le preguntaba cosas, historias y leyendas antiguas de Tánger, y aunque no me lo decía, siempre supe que agradecía las preguntas y le complacía mi presencia y conversar conmigo.
- Papá, cuéntame aquella historia del bandido Erraisuni.
- Pues mira si, te la voy a contar, me acuerdo como si fuera hoy. Cuando era joven- y comenzó el relato- estudiaba en la Escuela Alemana que estaba en la calle Viñas con el profesor que tu conociste, Herr Otto Lothamer, ¿te acuerdas? Pues, en vacaciones y cuando podía ayudaba a tu abuelo en la herrería. Sabrás que tu abuelo fue un gran herrero y cerrajero. Un día fuimos a llevar, con unas mulas y un carro, unas puertas de hierro que le había encargado a tu abuelo Mulay Ahmed Erraisuni, el bandido que raptó a Ion Perdicaris, ese que luego fue "Pacha" de la ciudad de Arcila. Bueno pues, anduvimos, o cabalgamos mejor dicho, unas horas, entre veredas y montes, pero siempre camino de Arcila. Mucho antes de llegar, nos salieron al encuentro un par de jinetes armados que nos acompañaron hasta la casa, más que casa era una fortaleza porque aquello era grande. Cuando llegamos allí, había bereberes por todas partes bien armados con fusiles. Mi padre y yo hablábamos el árabe bastante bien. Finalmente colocamos las puertas en aquella fortaleza con la ayuda de algunos de aquellos guardias. Mi padre cobró lo convenido y yo, echándole un poco de valor y viendo que le había agradado el trabajo, le pedí que me diera una propina. Mi padre, hombre serio, se asustó por mi impertinencia temiendo vernos en algún aprieto. Sin embargo Erraisuni sonrió, llamó a uno de sus servidores le dijo unas palabras al oído y se presentó con una espuertas llena de monedas diciéndome que cogiera un puñado. Así que abrí la mano todo lo que pude y tome con afán las monedas que luego me llevé al bolsillo. Y con ese dinero me compré un traje nuevo que me vino de perlas.
- ¿Y en que fecha fue aquello, papá?
- Yo tendría 17 años, pues sería en 1912 aproximadamente.

Para conservar este testimonio, se me ocurrió grabar nuestra conversación, con muchas más historias y hechos de aquella época, en una cinta que luego extravié y nunca pude recuperar, aunque las conservo en mi memoria como si fuera hoy, y, si esta página web me lo permite y si es también del agrado de los internáutas, con mucho gusto las iré relatando próximamente.


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