Unos años antes de la muerte de mi padre, viviendo ya en Marbella, solía
tomar en Navidad unos días de asueto, pocos diría yo, desplazándome a Tánger con
mi familia. Cuando estábamos solos, mi padre y yo, en el salón de la que fue
mi casa, sobre aquella alfombra moruna, espesa de lana prieta que apenas dejaba
arrastrar las sillas, pero que mantenía caliente a mi padre en el invierno y en
su vejez, iniciábamos las más íntimas y apreciadas conversaciones.
A sus pies, el pequeño calentador de gas, compañero inseparable en los
últimos inviernos de su vida, le preguntaba cosas, historias y leyendas antiguas
de Tánger, y aunque no me lo decía, siempre supe que agradecía las preguntas y
le complacía mi presencia y conversar conmigo. - Papá, cuéntame aquella
historia del bandido Erraisuni. - Pues mira si, te la voy a contar, me
acuerdo como si fuera hoy. Cuando era joven- y comenzó el relato- estudiaba en
la Escuela Alemana que estaba en la calle Viñas con el profesor que tu
conociste, Herr Otto Lothamer, ¿te acuerdas? Pues, en vacaciones y cuando podía
ayudaba a tu abuelo en la herrería. Sabrás que tu abuelo fue un gran herrero y
cerrajero. Un día fuimos a llevar, con unas mulas y un carro, unas puertas de
hierro que le había encargado a tu abuelo Mulay Ahmed Erraisuni, el bandido que
raptó a Ion Perdicaris, ese que luego fue "Pacha" de la ciudad de Arcila. Bueno
pues, anduvimos, o cabalgamos mejor dicho, unas horas, entre veredas y montes,
pero siempre camino de Arcila. Mucho antes de llegar, nos salieron al encuentro
un par de jinetes armados que nos acompañaron hasta la casa, más que casa era
una fortaleza porque aquello era grande. Cuando llegamos allí, había bereberes
por todas partes bien armados con fusiles. Mi padre y yo hablábamos el árabe
bastante bien. Finalmente colocamos las puertas en aquella fortaleza con la
ayuda de algunos de aquellos guardias. Mi padre cobró lo convenido y yo,
echándole un poco de valor y viendo que le había agradado el trabajo, le pedí
que me diera una propina. Mi padre, hombre serio, se asustó por mi impertinencia
temiendo vernos en algún aprieto. Sin embargo Erraisuni sonrió, llamó a uno de
sus servidores le dijo unas palabras al oído y se presentó con una espuertas
llena de monedas diciéndome que cogiera un puñado. Así que abrí la mano todo lo
que pude y tome con afán las monedas que luego me llevé al bolsillo. Y con ese
dinero me compré un traje nuevo que me vino de perlas. - ¿Y en que fecha fue
aquello, papá? - Yo tendría 17 años, pues sería en 1912
aproximadamente.
Para conservar este testimonio, se me ocurrió grabar nuestra conversación,
con muchas más historias y hechos de aquella época, en una cinta que luego
extravié y nunca pude recuperar, aunque las conservo en mi memoria como si fuera
hoy, y, si esta página web me lo permite y si es también del agrado de los
internáutas, con mucho gusto las iré relatando próximamente.
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