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CHRONIQUES TANGEROISES
CRONICAS TANGERINAS

NOSTALGIA

(Por Germán Gumpert - 02/2002)

Cuando embarqué hacia España por última vez aquel 23 de agosto de 1973, siendo aún residente en Tánger, sentado en la popa del Ibn Batouta y sin el temor de convertirme en estatua de sal, no cesaba de mirar hacia atrás, al horizonte que se alejaba lento, sereno sólo enturbiado por los aleteos de las gaviotas que nos seguían.
Poco a poco las imágenes de la playa, Tanja Balia y el pináculo de la catedral fueron diluyéndose como un espejismo con la calima del mar tibio de agosto.

Han pasado 28 años y todavía sigo añorando a mi ciudad, a mi pueblo, a Tánger y, como las visitas a la tierra de mis raíces se iban, por los motivos que fueran, espaciando en el tiempo, decidí un día confeccionar un álbum con fotos de Tánger de mi época e incluso anterior a ésta. De ese modo, creí resolver el ansia nostálgica de saber de ella, mi tierra, ojeando sus fotos de vez en cuando con los amigos tangerinos. Pero no, no fue así.
Siempre pensé que sentir nostalgia no era ningún defecto ni tampoco virtud pero sí un sentimiento. Sin embargo tengo que admitir, que al final, se convierte en una ancla fuerte y pesada que nos retiene fondeado en el pasado, sin poder desembarazarnos aún soltando lágrimas de lastre, ni recuerdos, ni vivencias, ni amigos. ¡Nada!, ni el mayor de los esfuerzos da resultado, sólo mirar hacia delante, hacia el futuro nos librará de esa necesidad obsesiva.

Hace unos días Antonio Banderas, hijo adoptivo reciente de Málaga y amante de su tierra, aludía el aroma de azahar de los naranjos de la alameda y, yo sin ser tan sutil, añoro sin embargo, el olor de la hierbabuena verde y rugosa, el comino de los pinchitos, el picante de las aceitunas verde y la sal de las negras, el té verde del cajuachi de Sidi Amar. Echo de menos las chilabas blancas y de colores tenues de los marroquíes, los jaiques blancos de las mujeres del campo, los sombreros de paja con los borlones rojos de las rifeñas, los caftanes de colores sedosos y sensuales, las babuchas chatas y amarillas y los tarbuchs rojos.
Añoro el olor a cuero al pasar por las marroquinerías que ahora han poblado el Boulevard, el olor del pescado frito del Zoco de Afuera, los pilones de chubarquía durante el Ramadán, las bandejas de "calentita" vendidas por la calle en porciones, el queso fresco sobre la hoja de palma verde, las adafinas de los sábados en casa de la familia Cohen, las avellanas recién tostadas al horno del "Rey de las pipas", los bocadillos de Brahim, los yogurs de Madame Porte, les "petit fours" de la Española, los helados de La Valenciana, las palmeras de la Avenida de España, las películas en francés del Mauritania, los "matinées" reposo de los almuerzos pesados, los partidos de fútbol en Marshan, la misa de doce en el Sagrado Corazón de Jesús, los partidos de baloncesto de la Acción Católica o la Hasnona o el Chino, las tapitas del Negresco, antes el Cantábrico y el bar de Segovia, los piñones frescos en bolsitas de plástico de Sidi Amar, las arenas doradas de sus playas, el Coup de Rouli y las Tres Carabelas, la harira en Ramadán y el couscous en Laid- El-Kebir, los paseos de ida y vuelta en el Boulevard, las excursiones al Bosque Diplomático y al Charf, los amaneceres por Malabata y los ocasos en Cabo Espartel y cuantas cosas más podríamos enumerar o nombrar, pero con resignación debemos admitir que todo eso pasó para siempre, pasó para la historia, y aunque esa vida, fuera mejor o no, ya no nos pertenece, sólo la memoria que conservamos en el corazón y las fotos en nuestros álbumes de recuerdos.

 
 
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